La
lucha contra la impunidad en Argentina alterna pasos adelante que esperanzan y
retrocesos que desaniman.
Jaime
y Báez están presos…
De Vido y
Cristina, no.
Claudio
"El mono" Minnicelli acaba de caer, pero Boudou se fue a su casa
beneficiado por una insólita prescripción.
Quienes
confunden cinismo con inteligencia esgrimen ya su diagnóstico certero:
"Vas a ver -comentan- ningún
pez de los grandes va a ir a prisión".
Es
difícil desmentirlos cuando no existe garantía de que estén equivocados ni
certeza posible en la refutación.
Más
difícil aún es convencer a quienes se sienten desilusionados.
"Voté
por un cambio -argumentan- y me decepcionaron.
Cristina
y De Vido libres demuestran que Cambiemos fracasó".
La
primera y obvia objeción al argumento proviene de Montesquieu, quien allá por
el siglo XVIII teorizó sobre la necesidad de la separación de poderes,
declarando ilegítima toda interferencia del Ejecutivo sobre el Judicial.
No
importan las expresiones de sorna de una sociedad acostumbrada a que el
Ejecutivo soborne y controle al Judicial a través de subsidios de la SIDE.
Son
menos graves, en todo caso, que la
condena absoluta que recibiría el Gobierno por parte de esas mismas personas si
intentara entrometerse en ese laberinto de operaciones en que se han convertido
los juzgados argentinos, comenzando por Comodoro Py.
No
sé qué habrán votado los demás votantes de Cambiemos pero yo he votado -antes
que nada- por una República.
Como
firmante en 2008 de la primera gran denuncia contra el gobierno de Cristina
Kirchner, la encabezada por Carrió bajo la acusación de "asociación ilícita", y de otras dos denuncias
penales contra Néstor Kirchner y Timerman, mi deseo de ver en la cárcel a
Cristina y los responsables del saqueo es tan grande como el de cualquiera.
Pero
no al precio de comernos al caníbal, destruyendo la principal diferencia que
nos separa del autoritarismo populista:
El
respeto de las instituciones republicanas, incluida la independencia de
poderes.
Para
ser Venezuela, hubiera sido mejor votar a Scioli en 2015, o a Cristina, hoy.
La
exigencia de prisión para Cristina y De Vido forma parte del programa chino que
le encargamos al gobierno de Cambiemos, hecho de altos objetivos, apretadas
urgencias y escaso poder para cumplirlos:
Evitar
la catástrofe económica saliendo a la vez del cepo y el default,
reconectar
la economía al mundo sin desahuciar nuestras industrias jurásicas,
acabar
con las mafias y el narco con unas fuerzas de seguridad infiltradas por el
narco,
rehacer
la infraestructura disminuyendo simultáneamente el gasto público,
bajar
la inflación reactivando al mismo tiempo el crecimiento,
bajar
los impuestos y el déficit fiscal sin tocar el gasto social ni echar empleados
estatales,
mejorar
la productividad disminuyendo a la vez la desocupación y la pobreza.
Y
todo, con un tercio de los diputados,
un quinto de los senadores y cinco gobernadores sobre veinticuatro.
Pasado
mañana, a más tardar, que en noviembre se casa la nena.
Entre las
expectativas frustradas por treinta años que pretendemos que Cambiemos
satisfaga en cuatro están la de acabar con la impunidad, expulsando a De Vido
de la Cámara de Diputados y quitándole los fueros a Menem y Cristina para que
paguen sus culpas en prisión.
Lamentablemente,
esos objetivos se contraponen con lo que durante un cuarto de siglo votamos
como sociedad.
Sacar
la cuenta es simple:
Para
aprobar la expulsión de De Vido se necesitaba el voto de 158 diputados de los
237 presentes.
Pero
Cambiemos tiene 90, y la votación terminó con 138 votos a favor, 95 en contra y
3 abstenciones.
Fue
el voto soberano de nuestra sociedad en 2013 y 2015 el que le dio a Cambiemos
poco más de un tercio de los diputados.
Y
aún peor es la situación del Senado que sirve de guarida a Carlos Menem y para
fin de año será refugio de Cristina Kirchner; en el cual el bloque del Frente
para la Victoria posee 36 senadores contra ocho del segundo bloque, el de la
UCR, y seis del PRO.
La composición del
Senado es crucial no solo en términos de desafueros sino porque la Cámara alta
es la última instancia en la designación de jueces.
Una
sociedad que con justas razones protesta por las innumerables falencias de la
Justicia argentina debería recordar que el Partido Justicialista y sus
innumerables variantes y fracciones poseen la mayoría desde 1983.
En
otras palabras, que -debido al voto de los argentinos- desde el regreso al
sistema democrático no ha sido designado
un solo juez sin contar con el acuerdo del peronismo.
Luego
de la correspondiente propuesta del Poder Ejecutivo, por supuesto, desempeñado
durante 24 de los 26 años transcurridos entre
1989 y 2015 por los presidentes Menem, Duhalde, Néstor Kirchner y Cristina
Kirchner.
Las
consecuencias de nuestras decisiones políticas expresadas por el voto ciudadano
durante un cuarto de siglo pueden resumirse en una cifra: Once sobre doce.
Once
sobre doce son, en efecto, los jueces de los juzgados federales de Comodoro Py
donde se tramitan las principales causas por corrupción elegidos por propuesta
de presidentes del Partido Justicialista:
Servini
de Cubría (1990), Bonadío (1992), Canicoba Corral (1993) y Oyarbide (1994), por
Carlos Menem;
Ercolini,
Lijo y Rafecas en 2004, por Néstor Kirchner,
y
Martínez de Giorgi, Rodríguez, Ramos y Casanello en 2012, por Cristina
Kirchner.
Para
no mencionar que más de la mitad de los jueces y fiscales del país fueron
designados por Néstor y Cristina, ni que la Procuradora General de la Nación se
llama Alejandra Gils Carbó y fue designada en 2012 por la "exitosa
abogada" pero menos exitosa presidente de la Nación.
Durante
décadas, las transcurridas desde 1930 hasta 1983, los argentinos subestimamos
el valor de la democracia.
Recuerdo
el micro que me llevaba y traía del Normal de Avellaneda cantando a favor del
golpe de Onganía y contra la "tortuga" Illia con los chicos de
aquella escuela pública de la ciudad más industrial del país.
Tenía
nueve años y ese desprecio no era nuestro: lo
habíamos aprendido de nuestros mayores.
Así
se acabó la última Argentina razonable, la de los '60, y se gestaron los '70…
La
peor década de la historia nacional.
Tuvimos
que sufrir la más sanguinaria de las dictaduras para comprender que la
democracia era sustancial y no "formal";
que
en su existencia nos jugábamos la vida y la posibilidad de vivir en una
sociedad digna.
Fue
un triunfo.
Fue
un Nunca Más.
Fue
para siempre.
Pero
después nos dedicamos a votar corruptos que nos dejaron socialmente más pobres
y económicamente más atrasados que en 1983.
Ojalá
hayamos aprendido la lección de los 34 años que pasaron desde entonces:
Una
lección que discurre acerca del valor del voto y el poder que pone en las manos
de cada ciudadano.
Ojalá
hayamos entendido que en un país donde mueren más de 7.000 personas por año en
rutas de la muerte bajar un 40% el
costo de la obra pública es crucial.
Ojalá
que el peor de los populismos y sus masacres de Estado -las de Cromagnon, Once
y La Plata- nos hayan enseñado
definitivamente que la corrupción mata y la impunidad no se tolera.
Ojalá
sepamos también que sin Justicia contra los corruptos no hay República para el
resto, y que votarlos, a ellos o a quienes por años fueron sus cómplices, es el primer paso para seguir teniendo
jueces corruptos e impunidad.
Ojalá
se haya hecho carne en todos nosotros el valor de la República, como un día se
hizo carne el de la Democracia.
El
valor de la República, que es el valor del voto, de cada voto.
Cada
año, cada día.
En
agosto y en octubre.
Para
siempre.
Para
que no nos pase nunca más…
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