Provocar
al “campo popular” para reivindicar a la derecha.
Caos
básico, bolilla uno
Sobre
Informe de Consultora Oximoron,
Escribe
Carolina Mantegari, especial
Para
JorgeAsísDigital
Interpretación
setentista de la historia
En
la plenitud del agigantamiento, se sugiere que la consolidación electoral de
Mauricio Macri representa, en cierto modo, el final de la interpretación
setentista de la historia.
Impuesta,
con relativo acierto, desde el kirchnerismo.
A
través de la implícita reivindicación de la violencia revolucionaria.
La
afirmación es, en todo caso, falsa.
Porque
continúa vigente la misma interpretación setentista.
Aunque
con una diferencia antagónica que resulta fundamental.
Ahora
se registra, al contrario, un principio de justificación de la violencia
represiva.
Bernardo
Maldonado-Kohen
Director
Consultora Oximoron
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En
1983, al estrenarse la última versión de la democracia, durante el gobierno
radical de Raúl Alfonsín, se eleva al máximo nivel la ponderación del
humanitarismo.
Se
juzga y encierra a los militares genocidas y se ensaya, en simultáneo, la
insuficiente pretensión reconciliatoria.
Aquí
debe evocarse la ley tan resistida, necesariamente voluntarista y emblemática.
¡El
Punto Final!
Sin
embargo es Carlos Menem, en los 90, quien instala, en la práctica, la prematura
idea de la reconciliación nacional.
Para
servir un plato de carne bastante cruda.
El
cierre artificial de las causas mientras no cicatrizaban las heridas abiertas.
Acciones
complementadas por el arrebato decretado de los indultos.
Se
permitió la fantasía de creer que el pasado, con su carga irresuelta de
tragedias y rencores, se había superado.
Pese
a la reticencia de los familiares -muchos de ellos indemnizados- y de las
organizaciones humanitarias que nunca cesaron en el reclamo de mayor justicia.
Es
Néstor Kirchner, a partir de 2003, quien por motivos reservados a los
historiadores, moviliza el acierto político de reabrir los expedientes.
Para
acabar con el pacifismo decretado y poblar las cárceles.
Los
viejos represivos fueron calificados de “lesa humanidad”.
Eran,
de pronto, imprescriptibles.
En
adelante, sólo los allegados iban a asumir las causas perdidas de defender a
los militares condenados paulatinamente a morir en el encierro.
En
2015, el triunfo de Macri marca la apertura del milagro.
Cambiemos.
Es
la primera vez que la derecha, que ni asume su condición ideológica ni
semántica, accede al poder.
Por las urnas y
no por las armas.
Aquella
derecha sólo había conquistado cierta vigencia a través de la transformación
económica impulsada por un peronista.
Fue Menem quien
intentó construir el último proyecto capitalista en el país donde todo,
invariablemente todo, termina mal.
Supersticiones
Confluyen,
en Macri y acaso a su pesar, los diversos equívocos de la historia.
Acaba,
en principio, con sendas supersticiones.
Por
ejemplo, la superstición que indica que la Argentina sólo puede ser gobernada
por el peronismo.
Superstición
fundamentada por la casuística.
Como
es fundamentada también la superstición que indica que ningún gobierno puede
sostenerse con el peronismo en la oposición.
La
cuestión es que Macri se acerca a los dos años de gestión.
Comienza
a trascender el proyecto lícito de reelección.
Desde
estas páginas, incluso, se subraya la versión movimientista del macrismo,
transformado con el colectivo Cambiemos en una fuerza con presencia nacional.
Compuesta
por adversarios culturales entre sí, que sólo confluyen en la figura de Macri.
Desde
los radicales que se sienten incómodos, al asociarse con los conservadores.
Hasta
los peronistas originarios que no tienen
otra alternativa que aceptar, para
permanecer, la deriva francamente antiperonista.
Signada
por el gorilismo decadente que supera, en determinados rasgos, al de los años
cincuenta.
Es
cuando surge la injusta complejidad de comparar al macrismo con la Dictadura.
Más
que una consigna errada, se trata de
la intuición sentimental del derrotado.
Ocurre
que Macri tiene, a su favor, un gravitante sector de la sociedad en estado de
barra-brava.
Son
fanáticos que, en el fondo, devalúan el Producto Macri.
Suelen
enrolarse a la derecha del elemental sentido común, y están malamente
influenciados por el anti-kirchnerismo demoledor que expresan.
Son
los herederos generacionales de los que apoyaron, en su momento, a las
dictaduras.
Pero
Macri de ningún modo es el responsable de la violenta intemperancia de sus
seguidores, ni de las anteojeras ideológicas que ni siquiera le interesa
contener.
Los
que cotejan diariamente con la virulencia conceptual de los kirchneristas
categóricos.
Y
de los sectores de la izquierda que, en defensa propia -según Oximoron-, ven
reflejada en Macri la peor de las imágenes.
Deseos
recíprocos de eliminación
La
situación de beligerancia, aceptable en el ámbito conceptual, se vuelve de
pronto peligrosa.
Sobre
todo cuando se atraviesa la frontera del primer muerto.
Pudo
haber sido el artesano de las mostacillas, Santiago Maldonado, sensibilizado
por una causa relativamente noble, que origina el nuevo escenario de violencia.
Donde
se confunden los militantes con los represores.
Y con los
profesionales turbios de los tantos servicios provocadores, interesados en la
gestación básica del caos, bolilla uno.
Para
que la derecha, aunque aquí no se asuma como tal, sea históricamente
reivindicada, se necesita provocar, con muy poco, a la izquierda.
A
la militancia que hegemoniza el llamado “campo popular”.
Una
operación casi infantil para facilitar la rigidez del esquema que confronta.
Sobre
todo si el “campo popular” contiene una causa presentablemente digna para
movilizarse.
Como
la “desaparición forzada” del pobre Maldonado.
Si lo que se
buscaba era el impacto, aquel que haya secuestrado al artesano solidario, acertó.
Porque
de ningún modo “el campo popular” iba a quedarse quieto.
El
muchacho estaba destinado a representar el motivo ideal para movilizarse, a los
efectos de protestar contra quien debe ser el responsable.
El
Estado.
En
poder, efectivamente del macrismo.
En
una situación que intelectualmente lo excede.
Bastan
contados profesionales encapuchados para que cualquier gran concentración pueda
ser desvirtuada.
Hasta
la banalización.
Para
lanzarse a la orquestada acción directa.
Es
el método eficaz para legitimar la represión inicial, y repartir golpes hacia
cualquier manifestante franco.
Al
atravesarse la frontera del primer muerto es cuando las palabras exactamente
sobran.
Como
el presente texto.
Sobre
todo cuando -para Oximoron- no existen voces con la suficiente legitimidad como
para atemperar la intensa magnitud del odio de un bando hacia otro.
Pero
abundan voces para regar las acusaciones recíprocas, de voceros ansiosos por
eliminar al enemigo.
Abundan,
también, innumerables razones en la historia, desde ambos costados, para
alarmarse con la bolilla uno, la más efímera, del caos gestado.
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