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Caricatura de Alfredo Sabat

martes, 5 de septiembre de 2017

Caos básico, bolilla uno

Provocar al “campo popular” para reivindicar a la derecha.

Caos básico, bolilla uno
Sobre Informe de Consultora Oximoron,
Escribe Carolina Mantegari, especial
Para JorgeAsísDigital

Interpretación setentista de la historia

En la plenitud del agigantamiento, se sugiere que la consolidación electoral de Mauricio Macri representa, en cierto modo, el final de la interpretación setentista de la historia.
Impuesta, con relativo acierto, desde el kirchnerismo.
A través de la implícita reivindicación de la violencia revolucionaria.
La afirmación es, en todo caso, falsa.
Porque continúa vigente la misma interpretación setentista.
Aunque con una diferencia antagónica que resulta fundamental.
Ahora se registra, al contrario, un principio de justificación de la violencia represiva.

Bernardo Maldonado-Kohen
Director Consultora Oximoron

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En 1983, al estrenarse la última versión de la democracia, durante el gobierno radical de Raúl Alfonsín, se eleva al máximo nivel la ponderación del humanitarismo.
Se juzga y encierra a los militares genocidas y se ensaya, en simultáneo, la insuficiente pretensión reconciliatoria.
Aquí debe evocarse la ley tan resistida, necesariamente voluntarista y emblemática.
¡El Punto Final!

Sin embargo es Carlos Menem, en los 90, quien instala, en la práctica, la prematura idea de la reconciliación nacional.
Para servir un plato de carne bastante cruda.
El cierre artificial de las causas mientras no cicatrizaban las heridas abiertas.
Acciones complementadas por el arrebato decretado de los indultos.
Se permitió la fantasía de creer que el pasado, con su carga irresuelta de tragedias y rencores, se había superado.
Pese a la reticencia de los familiares -muchos de ellos indemnizados- y de las organizaciones humanitarias que nunca cesaron en el reclamo de mayor justicia.
Es Néstor Kirchner, a partir de 2003, quien por motivos reservados a los historiadores, moviliza el acierto político de reabrir los expedientes.
Para acabar con el pacifismo decretado y poblar las cárceles.
Los viejos represivos fueron calificados de “lesa humanidad”.
Eran, de pronto, imprescriptibles.
En adelante, sólo los allegados iban a asumir las causas perdidas de defender a los militares condenados paulatinamente a morir en el encierro.
En 2015, el triunfo de Macri marca la apertura del milagro.
Cambiemos.
Es la primera vez que la derecha, que ni asume su condición ideológica ni semántica, accede al poder.
Por las urnas y no por las armas.
Aquella derecha sólo había conquistado cierta vigencia a través de la transformación económica impulsada por un peronista.
Fue Menem quien intentó construir el último proyecto capitalista en el país donde todo, invariablemente todo, termina mal.

Supersticiones

Confluyen, en Macri y acaso a su pesar, los diversos equívocos de la historia.
Acaba, en principio, con sendas supersticiones.
Por ejemplo, la superstición que indica que la Argentina sólo puede ser gobernada por el peronismo.
Superstición fundamentada por la casuística.
Como es fundamentada también la superstición que indica que ningún gobierno puede sostenerse con el peronismo en la oposición.
La cuestión es que Macri se acerca a los dos años de gestión.
Comienza a trascender el proyecto lícito de reelección.
Desde estas páginas, incluso, se subraya la versión movimientista del macrismo, transformado con el colectivo Cambiemos en una fuerza con presencia nacional.
Compuesta por adversarios culturales entre sí, que sólo confluyen en la figura de Macri.
Desde los radicales que se sienten incómodos, al asociarse con los conservadores.
Hasta los peronistas originarios que no tienen otra alternativa que aceptar, para permanecer, la deriva francamente antiperonista.
Signada por el gorilismo decadente que supera, en determinados rasgos, al de los años cincuenta.
Es cuando surge la injusta complejidad de comparar al macrismo con la Dictadura.
Más que una consigna errada, se trata de la intuición sentimental del derrotado.
Ocurre que Macri tiene, a su favor, un gravitante sector de la sociedad en estado de barra-brava.
Son fanáticos que, en el fondo, devalúan el Producto Macri.
Suelen enrolarse a la derecha del elemental sentido común, y están malamente influenciados por el anti-kirchnerismo demoledor que expresan.

Son los herederos generacionales de los que apoyaron, en su momento, a las dictaduras.
Pero Macri de ningún modo es el responsable de la violenta intemperancia de sus seguidores, ni de las anteojeras ideológicas que ni siquiera le interesa contener.
Los que cotejan diariamente con la virulencia conceptual de los kirchneristas categóricos.
Y de los sectores de la izquierda que, en defensa propia -según Oximoron-, ven reflejada en Macri la peor de las imágenes.

Deseos recíprocos de eliminación

La situación de beligerancia, aceptable en el ámbito conceptual, se vuelve de pronto peligrosa.
Sobre todo cuando se atraviesa la frontera del primer muerto.
Pudo haber sido el artesano de las mostacillas, Santiago Maldonado, sensibilizado por una causa relativamente noble, que origina el nuevo escenario de violencia.
Donde se confunden los militantes con los represores.
Y con los profesionales turbios de los tantos servicios provocadores, interesados en la gestación básica del caos, bolilla uno.

Para que la derecha, aunque aquí no se asuma como tal, sea históricamente reivindicada, se necesita provocar, con muy poco, a la izquierda.
A la militancia que hegemoniza el llamado “campo popular”.
Una operación casi infantil para facilitar la rigidez del esquema que confronta.
Sobre todo si el “campo popular” contiene una causa presentablemente digna para movilizarse.
Como la “desaparición forzada” del pobre Maldonado.

Si lo que se buscaba era el impacto, aquel que haya secuestrado al artesano solidario, acertó.
Porque de ningún modo “el campo popular” iba a quedarse quieto.
El muchacho estaba destinado a representar el motivo ideal para movilizarse, a los efectos de protestar contra quien debe ser el responsable.
El Estado.
En poder, efectivamente del macrismo.
En una situación que intelectualmente lo excede.
Bastan contados profesionales encapuchados para que cualquier gran concentración pueda ser desvirtuada.
Hasta la banalización.
Para lanzarse a la orquestada acción directa.
Es el método eficaz para legitimar la represión inicial, y repartir golpes hacia cualquier manifestante franco.
Al atravesarse la frontera del primer muerto es cuando las palabras exactamente sobran.
Como el presente texto.
Sobre todo cuando -para Oximoron- no existen voces con la suficiente legitimidad como para atemperar la intensa magnitud del odio de un bando hacia otro.

Pero abundan voces para regar las acusaciones recíprocas, de voceros ansiosos por eliminar al enemigo.

Abundan, también, innumerables razones en la historia, desde ambos costados, para alarmarse con la bolilla uno, la más efímera, del caos gestado.

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