El
pájaro volador imploraba por sus facultades de bilocación la que ciertamente no
obedecen a su voluntad.
Ese
privilegio le fue concedido únicamente por el supremo.
Sus
suplicas se transformaron en una insistencia sin sentido.
El
sueño lo fue abrumando para elevarlo como un espiral ascendente a un destino
desconocido.
Sus
alas se plegaban como un abanico multicolor sobre una dimensión desconocida.
El Cielo apenas asomaba.
El
sol todavía no se había encumbrado.
Entre
las peñas, las tenues espumas que dejan las olas jugaban contras las ásperas
rocas.
La
superficie del mar se deslizaba suavemente como una barcaza sin timón.
El pájaro solitario entonó en lo alto una
melodía vacía.
Entre
los acantilados e islotes se descubren a los lejos figuras encorvadas buscando
para subsistir ante el marisco apetecido.
Desde
lo alto, una frágil figura chapotea entre las peñas donde rompe el oleaje.
Se sumerge como un niño entretenido en las
heladas aguas de la costa de la muerte.
La
imagen indiferente, como un extraño embriagado de mar, viento y horizonte
dibujaba con sus manos esculturas de piedras uniformes.
Desde
lo alto se percibía el silbido del viento y los colores de la marea.
El
hombre alzo la mirada.
Su rostro de mar y piel era ajeno a esta
dimensión en donde los sentidos cobran vida.
Era
“Man” el ultimo anacoreta.
Si…Al
modo de Diógenes, el excéntrico filósofo griego que viviendo en su barril, con
su manto, zurrón y báculo desafío al mundo con su libertad sin límites.
Man
de camelles el rebelde con causa, también se despojó de todo y abandonó el
mundo para encontrarse con el planeta.
Su
barba y cabellera enmarañada, se confundían entre las fuerzas salvajes de las
olas y la maleable roca marina.
El
loco gallego vestido con su eterno
taparrabos recorría la costa de punta en punta en busca de los restos que el
mar traía.
Las vértebras de cetáceos, las astillas de barcos y maderos de otros hemisferios, eran su tesoro.
Riqueza
acumulada por la sabia naturaleza.
Como
un naufragio de piedras y agua construyo su hogar y su obra de arte.
Una maraña de
colores, formas y restos fueron tomando forma en aquella costa
descarnada.
Un
universo particular en cuya cúpula
titilaban millones de átomos de suave azul era
su hogar y su mundo.
Él
atlántico del norte lo había atrapado para siempre.
El
mar se había convertido en su compañera,
su nido y su paraíso perdido tal vez por un amor despechado.
Su
cuerpo como escudo y como única armadura era un muro de hormigón contra el
invasor impasible.
El
cemento fresco en el que se tumbó tres veces dejó su huella y figura como un
fósil viviente la que quedara enclavada
para siempre en la costa Da Morte.
Solamente
una horda bárbara como una descomunal mancha liberando su vomito de
fuel puede arrebatar su mar, su costa y su obra.
El
lodazal de petróleo sobre el paraíso atlántico es su destino cruel.
El
mal genio de un mar embravecido, y el
pantano negro nunca pueden desmembrar los colores del arco iris.
Manfredo
vivió en libertad, braceó contra corriente y
alcanzo la felicidad absoluta.
El
mundo
fue su casa y el árbol su choza.
El rincón perdido en donde edificó sus sueños.
La
marea aceitosa de la codicia humana nunca podrá socavar al imbatible Atlas
cargando como el cielo sus rocas preciosas.
Desde
las alturas el sueño se fue deshilachando y el pájaro volador volvió a su
rincón.
Despejado
del ensueño mágico y arrebatador
solamente pensé en mi gran amiga “La
Gallega”.
La
escritora argentina que visita el país de sus ancestros con su libreta en mano
y sus caracolas al viento.
Es
ella la que con sus grabaciones me
transportó a Galicia.
La
que me conectó y encadeno con sus palabras, pincel y lápiz Alfred
Gnadinger.
El
solitario apóstol al servicio de un ideal separo su cuerpo de este mundo.
Su
leyenda con la luz de la poesía y la eterna oración de la escritura permanecerá para siempre.
El
ultimo ermitaño será siempre una roca
inmóvil contra la cual se rompen en vano todas las olas.
Tímido
y solitario, envuelto de viento, sol y salitre ¿qué le han hecho al mar...?
Que
te han arrancado del corazón, con lanzas de miseria, la atlántica belleza, que
lo inundaba todo…
Hasta
pronto solitario amigo.
Dr. Jorge B. Lobo Aragón
jorgeloboaragon@gmail.com
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