POR MARÍA ZALDIVAR
La sociedad argentina hoy tiene tres grandes preocupaciones: no quedarse sin ingresos, no enfermarse de covid y no morir en un hecho de inseguridad.
Dicho
de otro modo, la inmensa mayoría de la población teme perder el trabajo, que la
vacuna sea otro cuento chino (o ruso) y que lo maten entrando a su casa.
El empleo, el covid y la inseguridad son los conflictos cotidianos con los que se convive. Mientras tanto para el gobierno, más alienado que nunca, sus desvelos son muy otros.
La
vicepresidente está obsesionada con los desaguisados económicos que la familia
Kirchner no puede explicar y en el intento de salir de ese laberinto parece
haber elegido el estrecho, incómodo y vergonzoso pasillo de apremiar al sistema
judicial.
Cualquiera
reconoce que ese ámbito reclama una parva de mejoras pero también cualquiera
rechaza que los cambios se hagan a los empujones y con fines políticos y/o
personales.
No
satisfecho con el embate sobre el poder judicial en el que está embarcado desde
aquel engendro que denominaron “democratización de la justicia” allá por 2015,
el kirchnerismo ahora personaliza su diatriba en determinados funcionarios,
ejerciendo un acoso explícito.
Nombra, acusa, amenaza y revolea el dedo en la nariz de ciertos magistrados, como para que el resto tome nota y se cure en salud.
El presidente, por su parte, tras un año de paupérrima gestión, colecciona sobrenombres.
En
la era del feminismo rabioso que ellos mismos alientan, hay quienes lo llaman
“el varón domado” en referencia a aquella icónica obra de los años ´70.
Para
otros es el “vocero presidencial”; más allá de las ironías, la coincidencia
general es que Alberto Fernández ejerce un poder fuertemente condicionado que
se le deshilacha, sin prisa y sin pausa, con el paso de los días.
Su agenda también merodea entre las nubes de Úbeda.
Le
estalla en la cara el escándalo del vacunatorio paralelo (justo a ellos que
adoran los monopolios y detestan los mercados alternativos) y en lugar de
hacerse cargo y reclamar una investigación exhaustiva y un castigo ejemplar
para los responsables (muchos más que el reemplazado ministro que no funcionaba
hacía rato), garantizando a la población con su propio prestigio (ponele) que
no volverían a ocurrir más salvajadas, se
embarcó también él en una lucha cuerpo a cuerpo contra el poder judicial, para
vergüenza de la investidura presidencial.
El profesor de
derecho pareciera que quedó debiendo “División de poderes” o, lo que es
aún más grave, ignora el formato de “república” al que juró lealtad el 10 de
diciembre de 2019.
Mientras tanto, los barrios del conurbano se van pareciendo cada día más a las películas del far west, donde los ciudadanos honestos sortean la muerte a diario ante el silencio y la inacción de los funcionarios políticos y no pocos judiciales, cómplices y complacientes con el delito.
Un país dividido
La
política va delineando un país dividido y enfrentado: los que, directa o
indirectamente, viven de la política y los que producen.
En el primer
grupo, masivamente mayoritario, están los burócratas, los empleados públicos,
los agentes de los tres poderes del estado y los millones de planeros en sus
diversas versiones.
El
otro, son los exprimidos entre los que la clase media se lleva la peor parte.
Porque
ese segmento socio-económico fue históricamente pujante, motivado por un deseo
de superación que los llevaba a elegir el camino de la preparación académica y
el esfuerzo laboral.
Para
ellos el problema actual es de doble entrada: el estado necesita cada vez más
recursos para mantener una planta de improductivos que no para de aumentar y
como el kirchnerismo se dio cuenta de que el segmento de los productivos no son
su base de votantes, le importa poco y nada ahogarlos con impuestos, subas y
trabas a la actividad.
En
este panorama y bien deslucida, anda por ahí la única oposición política
estructurada en un partido, que es Juntos por el Cambio.
Amparados
en su condición de burócratas con los privilegios que eso implica, ellos, que
cobran puntualmente sus abultados estipendios y viajan al interior con los
pasajes que solveta la sociedad, están enfrascados en su interna. Claro, desde
la ventana favorecida por la que observan los acontecimientos las cosas se ven
distintas porque para ellos efectivamente las cosas son distintas.
Ellos
ven otro jardín; en realidad ellos ven un jardín, no el lodazal en el que la
casta política ha transformado el país, en el que está enterrado el grueso de
la población.
Los
apremios de los mortales les son ajenos.
Así las cosas, inmersos en su realidad paralela, ya se subieron a la pelea por la candidatura presidencial.
¿Tu
hermano se quedó sin trabajo?
¿Vos
no llegás a fin de mes?
¿Tu
padre tiene 80 años y aún no tiene turno para la vacunación?
¿Te
robaron la moto de la puerta de tu casa?
Bueno,
tranquilo que acá hay que pensar con estrategia:
Patricia
no puede con todo porque si va al conurbano no llega a Formosa a cacerolear
contra Insfrán ni al sur a sacarte fotos con los anti-minería.
Y
aunque la moto de Berni sea súper rápida es imposible desplazarse desde un
corte de rutas a AméricaTV en simultáneo.
Hasta
ahora, Ricardo López Murphy es la única voz que se alzó en serio frente al
escándalo de la falta de vacunas y reclamó al gobierno nacional un plan algo
más inteligente y efectivo que el de encerrarnos otro año más.
Pero
López Murphy es un ciudadano de a pie.
Está
de este lado de la grieta, la de los no-privilegiados.
Tanto distorsiona la intervención del Estado que ni siquiera obtiene de los incentivos naturales los resultados que funcionan en la actividad privada.
Allí,
los sueldos van atados a la productividad y eficiencia, principio que a los
burócratas no les roza.
Ellos
mejoran sus niveles de vida mientras la devolución a la sociedad ya es negativa
y empeorando.
Para resumir, nadie de lo que se ve parece dispuesto a atender las preocupaciones que a nosotros nos desvelan, para no mencionar los poderes económico y sindical, siempre corporativos tirando a mafiosos que, en lugar de defender derechos, presionan por privilegios.
Estamos solos.
Es
hora de admitirlo y pensar qué hacemos con eso…
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