Por María Zaldívar
La quimera de un mundo sin estado es una utopía libertaria que se desvanece frente a realidades como el dramático contexto mundial presente, que exigen un mínimo de coordinación y ordenamiento institucional para que la convivencia sea posible.
Pero entre ese
marco y el apetito de los burócratas por decidir por los individuos, hay una
brecha que hoy ha quedado explícita.
No hay nada más caro para una sociedad que el empobrecimiento de su clase dirigente.
En
la actualidad, la dirigencia global se muestra muy por debajo de las
necesidades de la hora.
Un narcisista,
autoritario y odiador ha desatado una guerra que involucra al mundo entero y
aprovecha la carencia de figuras con peso político que lo disuadan.
El Grupo de Puebla, por ejemplo, una fotocopia actualizada de lo que fuera el Foro de San Pablo que reúne a los peores mandatarios de la América hispana, se ha quitado la careta definitivamente negándose a condenar la invasión rusa a Ucrania.
Días
antes, uno de los presidentes más incapaces que ha padecido la Argentina, Alberto Fernández, se inclinó
frente a Vladimir Putin para lloriquearle al oído que lamenta la dependencia
económica con los Estados Unidos, que preferiría la rusa y, en una actitud
servil, se entusiasmó con ser “la puerta de entrada de Rusia a América Latina”.
Más repugnante,
no se consigue.
El momento de su viaje fue considerado inoportuno porque el déspota ruso ya estaba lanzado a manifestar hostilidades sobre Europa del Este, profundas coincidencias; pero ese hecho quedó insignificante frente a aquellos dichos.
Vuelto al país,
no le tembló el pulso para acompañar una declaración vergonzosa,
manifiestamente pro rusa, que desnuda el corazón de los nefastos personeros de
la izquierda internacional que hay de un lado y del otro del Atlántico, con
quienes la Argentina tiene la principal es su absoluta indiferencia por el ser
humano porque si lo conmoviera la muerte de seres inocentes, hubiese condenado
de plano la operación militar y la violencia que el jerarca ruso ha provocado.
Occidente clama por figuras que vuelvan a representar y defender los valores que la hicieron grande
En su reciente visita a China y envuelto en una bufanda roja, Fernández homenajeó a Mao, muy probablemente ignorando que el padre de Xi Jinping pasó 16 años encarcelado en tiempos maoístas, por lo que es dable suponer que no guarde el mejor de los recuerdos de quien fuera el creador de la guerrilla comunista china.
Cosas de la
improvisación y la falta de cultura.
Si
el presidente y el canciller argentinos no se comunican más que en español, es
difícil imaginarlos conocedores de historia universal.
Al
menos podrían hacer un esfuerzo por no escaparle a los detalles recientes pero,
aún así, no disimulan su afinidad con las dictaduras.
En Naciones Unidas la delegación argentina intentó pasar desapercibida para evitar la adhesión del país a la condena a Rusia…
Es
lógico ya que días antes había confluido con las dictaduras del continente
evitando tal sentencia.
Estas
inconsistencias son las que reservan para la Argentina la desconfianza general.
Pontifica sobre
derechos humanos y libertad y se derrite por Maduro, Putin y Ortega;
destrata
a los Estados Unidos de quien acepta la donación de millones de vacunas para
paliar una gestión local de la pandemia por completo deficiente y compra
vacunas a Rusia, que llegan insuficientes, mal y tarde.
Impone
los canales de televisión de Rusia y Venezuela a la población argentina y,
frente al episodio Rusia-Ucrania, pretende mantener una neutralidad que
recuerda la de Juan Domingo Perón durante la Segunda Guerra Mundial que evitó
rechazar al régimen nazi hasta el final.
Lo sano es enfrentar el problema y no ignorarlo como ha venido haciendo el buenismo europeo de las últimas décadas
La explícita condena del presidente electo Gabriel Boric a la invasión rusa resultó una sorpresa agradable, en contraposición con la reacción de Jair Bolsonaro que, atendiendo estrictamente a los intereses de Brasil, evitó condenar la acción bélica y unilateral de Rusia sobre una nación soberana.
Su
actitud fue cuestionada por amplios sectores de opinión porque los hechos
exceden el ámbito local y son una evidente violación del derecho internacional.
Sin embargo, no
fue sorpresiva para quienes detectaron que el presidente brasileño tiene una
mirada cortoplacista y coyuntural de la política, sumada a una peligrosa falta
de escrúpulos.
Son
las diferencias que se manifiestan entre las decisiones de un político y las de
un estadista.
La artera invasión de Vladimir Putin sobre Ucrania ha dejado en evidencia la carencia de liderazgos en Occidente. Hace años que el mundo libre ha abandonado la defensa de los principios de la democracia liberal y el fortalecimiento de construcción institucional y jurídica, y se ha dejado arrastrar al debate sobre el cambio climático, la ideología de género y el multiculturalismo.
La tibieza se
transformó en el estilo dominante de la acción pública y los políticos
adoptaron un discurso esmirriado y escasamente comprometido.
El
nuevo siglo dio paso a la moda de políticos “cool”, jóvenes que intentan
mostrarse como uno más, cuando en verdad no lo son, o no deberían serlo.
Son
individuos con la enorme responsabilidad de gestionar países, velar por la
libertad de los individuos y crear el marco para su desarrollo.
Lucir
simpático no es el cometido del cargo público.
Para Putin, provocar miedo es uno de sus mayores placeres y mostrarse superior a los demás, una constante. Conociendo el rechazo que Angela Merkel tiene por los perros, Putin iniciaba cualquier reunión con ella soltando a sus animales para que se le acercaran.
Sabía
que eso la alteraba y él tomaba ventaja de la situación.
La debilidad del adversario es para Putin una fuente de inspiración
La huida de Afganistán que protagonizaron las tropas americanas bajo las órdenes del inepto Joe Biden fue un mensaje explícito para una personalidad compleja como la de Vladimir Putin, un adulto desconfiado y distante, con una niñez llena de carencias afectivas y una adultez solitaria y de ostracismo en la que con el amor a un perro, su compañía más cercana, intenta suplir múltiples vacíos.
Viendo
que los Estados Unidos cedieron el liderazgo político del planeta a un lote de
globalistas europeos que también se viene relajando, entendió que era el momento de violar el derecho internacional
provocando una guerra, el escenario que mejor le sienta.
Cuando millones de voces repiten por estos días “Esta masacre con Trump no hubiese ocurrido” no es contra-fáctico. De hecho, no pasó durante su administración; muy por el contrario, la presidencia de Donald Trump no inició ninguna guerra, acercó a las dos Coreas y suavizó el diálogo con Rusia y China porque, aunque los sabemos enemigos de Occidente, la “realpolitik” enseña que existen y lo sano es enfrentar el problema y no ignorarlo como ha venido haciendo el buenismo europeo de las últimas décadas.
Esfumado ese tiempo de liderazgo explícito, quedaron los globalistas sonrientes que arrastraron a Europa a un estado de debilidad militar y dependencia energética inadmisibles, pero que no faltan a ninguna marcha por la supremacía gay y aplauden cualquier manifestación de Greta Thunberg.
Mientras tanto,
los enemigos de la libertad, con el virus chino, con el asesinato de civiles y
la violación de las normas internacionales o con la herramienta que sea,
avanzan sobre los derechos de los individuos apelando al miedo.
Occidente clama por figuras que vuelvan a representar y defender los valores que la hicieron grande.
Porque
solo en libertad el hombre construye y despliega su máximo potencial, es tiempo
de denunciar y descartar los turbios objetivos de la Agenda 2030, desandar el
camino de la no-política y devolverle a Occidente el protagonismo perdido.
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