El campo argentino ha sido protagonista continuo de la política nacional.
Esto no es casualidad, ya que el ámbito agropecuario representa el sector económico más importante del país.
Esta característica, sin embargo, no ha puesto al campo en una posición de poder, sino ha servido para debilitarlo y humillarlo.
Es, por lo tanto, protagonista de un drama y no de una historia feliz.
Hoy, luego de la década que más condiciones favorables ha generado el contexto internacional para que el campo argentino pueda transformarse en una de las potencias agro alimentarias y biotecnológicas del planeta, el contexto nacional ha llevado a que el sector agropecuario tenga que contar las monedas para poder comprar combustible.
Este desolador panorama está relacionado directamente con la estructura de un Estado saqueador, que infringe sin piedad las bases éticas de la libertad para alimentar sin límites los pantanos parasitarios dónde se hunde la República.
Es el mismo pantano dónde los vividores hacen gala cada vez que logran pisotear un poco más a aquellos que reivindican desde su forma de vida la ética del trabajo y la civilización.
Todo esto sucede por varias razones, pero la principal está dada por la casi nula comprensión que los sectores agropecuarios tienen sobre la grandeza de lo que realmente representan.
Desde el sector, está muy bien comprendido que son el motor de la economía, de esto no hay dudas.
Sin embargo, el concepto fundamental ha sido olvidado, y es que el productor argentino trabaja sobre tres cimientos indiscutibles: la ética, el progreso y la libertad; y que sin estos, simplemente, desaparecería.
La magnitud de los resultados económicos que genera el campo, no es la parte más virtuosa del sector, es simplemente la consecuencia de la virtud del productor.
Los resultados son de gran magnitud porque son directamente proporcionales a la visión del hombre de campo.
Pensar en grande es más que una obligación, es la naturaleza misma de quién en el medio de un extenso terreno vacío logra generar vida, riquezas y cultura.
La comprensión de esta grandeza, es el deber y la tarea más grande que tiene el productor argentino.
Para esto, hay que abandonar los lugares comunes y dejar de comprar el discurso de supuesta moderación que resulta conveniente a aquellos que usan el fruto de la virtud para viciar la sociedad y corromperla.
Salir de los lugares comunes significa alejarse de los grises, significa alejarse de las falsas y malintencionadas calificaciones impuestas desde los sectores corrompidos, no aceptarlas y poder refutarlas enarbolando la ética del productor.
Esta ética no es más que la comprensión que resulta de la interacción constante con la naturaleza y el entendimiento que se desprende de esta, o sea, los derechos inalienables.
Estos derechos no pueden cederse ni sobrepasarse, aunque una ley así lo exprese.
Son leyes propias de la naturaleza del hombre, que nadie, bajo ningún rango puede extirpárselos y son la verdadera base de una república y la única garantía que respalda a los individuos libres.
Para defenderlos, hay que estar convencidos de que el derecho a la vida, la libertad, la propiedad y la felicidad de cada ser humano no puede ser corrompido bajo ninguna circunstancia ni justificación demagógica.
Al productor argentino se lo acusa de ser egoísta, pretencioso, poco educado, de sólo pensar en su bolsillo, entre tantas otras cosas.
Y muchas veces, el propio productor, cae en los enredos de esta retórica falsa y malintencionada elaborada por delincuentes.
He aquí la única y gran “culpa” del campo argentino, permitir ser definidos por aquellos de moral corrompida.
Egoísta, en el sentido negativo de la palabra, es aquel que pretende disponer de los bienes ajenos usando la fuerza y no aquel que quiere disfrutar del fruto de su esfuerzo.
Pretencioso es aquel que cree poder regular la vida y la labor de aquellos que solo quieren vivir y trabajar en libertad.
Poco educados son los que creen que repitiendo conceptos inentendibles sobre métodos de producción desde una oficina pública pueden enseñar a producir a quienes lo logran en la práctica usando todos los recursos de su intelecto.
Los que creen que pensar en el bolsillo propio es un acto de inmoralidad, son aquellos que sólo pueden llenar los propios saqueando los bolsillos ajenos.
Es claro de qué lado está el productor agropecuario y de qué lado están los acusadores de siempre.
No hace falta aclaración.
Las diferencias son claras y notorias.
Ceder ante el cansador discurso de los demagogos es entrar en la zona gris, es vender la autoridad moral y flaquear frente a aquellos que no ven al campo como al gran sector de la economía, sino como al gran botín que ellos pretenden llevarse sin dar explicaciones ni pagar las consecuencias.
Ceder es rendirse, ceder es no reconocer el valor del único sector que tiene el poder y la ética para generar el contrapeso necesario para recuperar la República.
Ceder es intercambiar la palabra valiosa de aquellos que no necesitan un contrato para cumplir con la palabra empeñada por las promesas de aquellos que violan, incluso, la Constitución Nacional.
El campo argentino ha dado muestras suficientes de cordialidad con los corruptos, creyendo que así, estos iban a ponerse en los zapatos del productor.
Lo lograron, se pusieron en los zapatos del productor, pero no metafóricamente, sino literalmente, ya que hasta los zapatos les han quitado.
Si la voz del campo quiere llegar más allá de la tranquera, lo único necesario es que cada uno reconozca que son mucho más que “productores grandes” o “productores pequeños”.
Son la visión de grandeza, el trabajo basado en la ética, la palabra que no necesita escribano alguno para ser cumplida, son quienes alimentan al mundo, son los fundadores de la civilización, son quienes interactúan con la naturaleza y logran comprenderla.
Son, en definitiva, lo más parecido a un socio que Dios puso en esta Tierra.
Virginia Tuckey.-
Boletín Info-RIES nº 1102
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