“No hay mal que dure cien años“, dice el refrán al cual muchos se están aferrando.
Es verdad que el cambio a esta altura, parece inevitable.
No son las encuestas las que lo aseguran, es la cara de la gente, la expresión de hombres y mujeres en la calle, es la charla detenida, es el comentario de paso, es la mirada perdida de Daniel Scioli y su insoportable falta de respeto para con su adversario.
Nuevamente, como fiel discípulo de la Presidente, el candidato oficialista vuelve a convertir el país en un ring.
Mauricio Macri dejó de ser el conocido de hace 30 años con quien compartió un partido de fútbol algún que otro sábado, un cordial encuentro, o con quien se topó un sinfín de veces en cócteles y otros eventos.
Scioli está mostrando sin disimulo que es el heredero de la concepción política del kirchnerismo:
Para adentrarse en la competencia y afrontar un comicio necesita inevitablemente de un enemigo.
Es Barrio Parque o es La Matanza, así la inclusión que tanto declama muere en palabras.
Vacío de argumentos, ataca y rebaja con un cinismo extremo.
No parece ser este el mejor modo de ganar adeptos, la gente ya optó por la mesura en la última elección.
Pero la desesperación empaña la percepción y la razón.
El Scioli de “la fe, la esperanza, el trabajo” tenía una intención de voto mayor.
De hecho, no hace mucho, se lo perfilaba como el futuro jefe de Estado.
Al Scioli de hoy, ¡¡¡NO!!!.
Y es que se está restando votos a sí mismo.
No le alcanza con el “fuego amigo” que espanta, está obsesionado por demonizar al contrincante, por aplastarlo, y en ese trance termina generando un rechazo que hasta hace unos meses no había experimentado.
El gobernador bonaerense supo ser el hombre de amianto:
“No le entran las balas” decían analistas y ciudadanos.
Ni siquiera las inundaciones de La Plata lo situaron en el centro de las críticas, tampoco fue el culpable señalado cuando los trabajadores estuvieron a punto de perder su aguinaldo porque Cristina necesitaba apretarlo.
Por el contrario, Scioli supo ser el político que siempre salía airoso y bien parado de situaciones críticas que lo tenían de protagonista.
A lo sumo generaba indiferencia pero no llegaba más lejos.
Era el misterio de las estadísticas: pasara lo que pasara, su imagen positiva no menguaba.
“¿Qué te han hecho Daniel?”, fue la pregunta que lo dejó desnudo en pleno debate.
La respuesta que no dio se encuentra en la confirmación cada vez más evidente de las ambiciones personales que lo mueven.
El ex motonauta olvidó bajarse de la lancha.
Está viviendo esta contienda como una carrera inusitada hacia la nada, y va a ganarla.
El problema de Scioli fue y es Scioli al margen del entorno y el contexto que poco favor le hicieron. Y es que Scioli está cegado frente a su deseo, quiere la Presidencia de la Nación a cualquier precio, como un capricho, jamás la entendió como medio para el servicio.
Nunca se escuchó a Gabriela Michetti, por ejemplo, inmiscuir su parálisis en la elección, en cambio Scioli no cesa de aludir a su accidente con la lancha como la actual mandataria lo hiciera con su estado civil en la anterior campaña.
“Todo vale” es la metodología kirchnerista por excelencia y está claro que de ahí se nutre su candidato.
Ser presidente para el bonaerense era y es una meta no un comienzo.
Ahí radica el principal error.
Por el contrario, Mauricio Macri no deja de repetir en cada acto que aspira a la Presidencia para cambiar el país, para ayudar a que vivan mejor los argentinos.
Se sitúa como medio para un fin mancomunado no personal.
Puede parecer un detalle nimio o menor, sin embargo la diferencia es abismal y seguramente quedará demostrada el próximo domingo.
El candidato de Cambiemos no ve al sillón de Rivadavia como un fin en sí mismo, lo ve justamente como un principio.
El Poder Ejecutivo es eso: un comienzo, el primer eslabón de una cadena larga en exceso.
Mientras para Scioli ganar la elección es concretar su ambición,
para Macri ganar el comicio es dar el paso inicial en un camino largo, indefinido.
El titular del PRO tiene fines muchísimo más amplios y complejos que los que acuna el gobernador. No se trata de endiosarlo ni mucho menos mostrarlo como un filántropo.
Ambos desean la banda y el cetro pero la diferencia está en el modo de alcanzar ese deseo.
Daniel Scioli, como Cristina Kirchner, va por todo.
Mauricio Macri va con todos.
Aunque suene a juego de palabras esa es la clave que más los diferencia.
En ese sentido es entendible que la campaña esté viviéndose como un Boca-River, como un blanco o negro.
Las semejanzas son escasas, los matices no existen aún cuando muchos periodistas se desviven por situarlos a ambos en el mismo casillero.
Y es que la diferencia o la similitud no se da por un plan económico ni tampoco por ser de izquierda o de derecha.
Esos son parámetros obsoletos que no aportan un ápice a la elección.
Solemos quedarnos con lo minúsculo , con el “chiquitaje”, por eso debatimos en el final de campaña sobre trapitos y feriados habiendo asuntos tan trascendentales en el tintero.
Aquello que hace a un hombre diferente radica en su interior, en la intención si se quiere.
Es la visión de la Presidencia lo que sitúa a Scioli y a Macri en veredas opuestas.
No son iguales, no son parecidos siquiera.
Y no se trata de meter el dedo en la llaga ni de insistir con la grieta.
Para el primero, el fin justifica los medios y eso explica esa campaña agresiva, virulenta, sin contenido y llena de violencia.
Para el otro, los medios empleados definen la naturaleza del fin que no se alcanza el domingo con el escrutinio.
El fin del actual jefe de la ciudad de Buenos Aires en todo caso, se plasma recién dentro de cuatro años.
No es cuestión de perspectivas sino de esencias, de intereses y de verse a sí mismo como instrumento o como ombligo.
En ese sentido, el hombre de Cambiemos supo captar con mayor fidelidad la fibra sensible del argentino promedio.
Una imagen que ilustra lo dicho es aquella en la cual puede verse a Diógenes de Laercio señalando el sol con un dedo y a su lado al hombre que, en lugar de mirar el sol, le mira el dedo.
Ahora, observemos el escenario donde estamos y tratemos de pensar qué miraría Scioli y qué observaría Macri, si acaso fuesen ellos quienes estuviesen parados junto al filósofo griego…
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