ROMAN
LEJTMAN
Nunca
se lo escuché decir en público, y jamás oí un chisme de salón que confirmara
sus presuntas intenciones más reservadas.
Pero
el mito urbano que hace furor en la clase política asegura que Ricardo Lorenzetti pretende alcanzar la
Presidencia de la Nación.
Lorenzetti
conoce este rumor y se desentiende del asunto, aunque su saga en los
principales despachos del poder cause una fricción política que complica las
relaciones institucionales entre la Corte Suprema y Mauricio Macri.
Lorenzetti
tenía una relación oscilante con Cristina Fernández, se maneja con facilidad
con los periodistas y es un buen anfitrión en las tertulias que organiza en el
cuarto piso del Palacio de Tribunales.
Sin embargo, sus
constantes encuentros con protagonistas del poder de la Argentina encienden
sospechas y malentendidos.
Lorenzetti
alega que sirven para mejor las relaciones entre la Corte y la sociedad, pero
la política partidaria y el ejercicio del poder siempre se cuelan en la segunda
ronda de café.
Días
antes de la asunción de Macri, en medio del brindis de fin de año con decenas
de periodistas, Lorenzetti anunció que la Corte reconocía el derecho de tres
provincias a recuperar fondos adeudados de la coparticipación federal.
Al
margen del acto de justicia concedido en la Acordada, Macri entendió que Lorenzetti le marcaba la cancha.
Y
lo puteó sin eufemismos.
El
Presidente propuso por decreto la designación de dos miembros de la Corte que
servían para completar al alto tribunal, disminuido por las renuncias de
Eugenio Raúl Zaffaroni y Carlos Fayt.
Lorenzetti
aseguró que habría un respaldo político a una decisión de Macri que quemaba
todos los libros de derecho constitucional.
Sin
embargo, cuando la opinión pública cuestionó -con razón-los decretos que
nombraban a Carlos Rozenkrantz y Horacio Rossati, el Presidente de la Corte se
corrió.
Y
otra vez, Macri lo puteó.
La
semana pasada, Lorenzetti recibió a un grupo de gobernadores con la excusa de
la coparticipación federal.
El
presidente de la Corte escuchó los planteos de los mandatarios provinciales y
después se quedó a solas con dos gobernadores que lo sondearon para saber si
avalaría una cautelar que pegaba justo en la estrategia económica y financiera
de Macri.
Lorenzetti
esquivó la operación política, pero el daño institucional estaba hecho:
En Olivos están
hartos de su protagonismo extrajudicial y no creen que el presidente de la
Corte no supiera el objetivo final del encuentro que hizo en su propio
territorio.
Elisa
Carrió es el antídoto que usa la administración de Macri para atenuar la
vocación de poder de Lorenzetti.
La
diputada tiene cuentas pendientes con el juez y usa su experiencia mediática para poner al presidente de la Corte en el
peor de los escenarios políticos.
Lorenzetti
se defiende con comunicados oficiales y charlas a solas con Macri.
Pero
su figura empieza a desgastarse, y Carrió juró que terminará con su carrera en
el Palacio de Tribunales.
El
próximo capítulo de la saga ocurrirá después de la feria judicial de invierno.
Para
esa fecha, si no hay cambios políticos, Rossati
y Rozenkrantz ya juraron en la Corte y abrieron un inédito proceso de acomodamiento
en el Cuarto Piso del Palacio de Justicia.
Será la primera
vez en mucho tiempo que Lorenzetti no impondrá su hoja de ruta en el alto
tribunal.
Ahora
deberá negociar el ritmo de las acordadas y la agenda institucional con dos
magistrados que saben cómo se administra el poder judicial.
Rozenkrantz y
Horacio Rossati no llegan como actores de reparto y tienen ciertas ideas que no
coinciden con la habitual perspectiva política de Lorenzetti.
Bienvenidos
a Florencia…
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