Por
Darío Lopérfido
Alberto
Fernández pidió "dar vuelta la página" y fue acusado de negacionista
(Presidencia)
La velocidad con
la que la política argentina presenta hechos mediocres o miserables es notable.
Uno
no termina de sorprenderse u horrorizarse por un hecho que aparece uno nuevo
peor al anterior.
La estupidez y
la inmoralidad son las verdaderas bases sobre las que se asienta el Gobierno.
La
oposición da algunos signos vitales, pero aún carece de la firmeza férrea para
enfrentar los atropellos republicanos que se presentan a diario.
El
Presidente estuvo hace algunos días en un acto con militares y dijo algo muy
sensato:
“Quiero
darles la bienvenida a los nuevos jefes y manifestar mi alegría por el hecho de
que hoy todos los oficiales y suboficiales son hombres de la democracia,
egresaron de sus escuelas en democracia y esto amerita que de una vez por todas
demos vuelta la página y celebremos”.
Algo
normal y empíricamente demostrable, si uno tiene en cuenta el paso de los años
desde la última dictadura.
La
respuesta que recibió de Nora Cortiñas de Madres de Plaza de Mayo fue
lapidaria:
“Yo lamento y
rechazo totalmente todas las expresiones del Presidente. No tenía ninguna
necesidad de expresarse así, por obligación. Por eso pienso que es un
negacionista, y lo lamento mucho”.
Debo
admitir que la declaración de Cortiñas me pareció un esperpento.
Al
mismo tiempo, me hizo algo de gracia que desde la decadencia que impera en los
organismos mal llamados de “derechos humanos” lo calificaran a Alberto
Fernández de la misma manera que me habían llamado a mí por decir que los
desaparecidos son los que figuran en la Conadep y no los del “número simbólico”
de 30 mil.
El supuesto
“progresismo” argentino es una fuente inagotable de sandeces que combina
perfectamente con el bajo nivel intelectual y la violencia política de los
integrantes de ese grupo amorfo.
Una
de las bobadas que pusieron de moda en los últimos tiempos es llamar
“negacionismo” a cualquier cosa.
Ni
soy negacionista yo cuando digo que los crímenes de los 70 fueron espantosos y
que la dictadura tuvo una conducta altamente reprochable (creo que la cantidad
de desaparecidos que figuran en la Conadep es escalofriante) ni lo es el
Presidente por decir algo que tiene que ver con la edad de los miembros de la
fuerzas armadas.
Cuando
ocurrió mi episodio pude comprobar el pobrísimo nivel intelectual y la falta de
conocimiento de la historia por parte de muchos que, además, se negaban a
debatir conmigo cuando se los proponía.
Es
sabido que los comisarios políticos no debaten y que sólo tienen vocación de
eso, de comisarios políticos.
Nunca
se me ocurrió retractarme porque creo que la política es el territorio de las
ideas.
Cuando
llegaron al extremo del ridículo y me amenazaron con hacerme un juicio, los
insté a que procedieran y les aseguré que estaría encantado de debatir ahí. Me
pidieron dinero para no ir a juicio, a lo cual, claro está, me rehusé
totalmente y sigo pensando lo mismo.
Por
supuesto, me hizo gracia compartir la denominación “negacionista” con el
Presidente, con quien no tengo nada en común.
Pero
Fernández, nunca sabremos si porque se asustó o porque se lo ordenaron,
pidió unas extrañísimas y larguísimas disculpas (intuyo que se lo ordenaron,
por supuesto), además de desopilantes porque, repito, el hecho de que todos los
militares hoy se forman en democracia es un hecho indiscutible.
El
autoritarismo de Cortiñas es igualmente indiscutible.
Haber
sido víctima de una dictadura debe despertar solidaridad y comprensión ante un
hecho aberrante como es la pérdida de un ser querido, pero si esa víctima se convierte en una persona violenta y
autoritaria es menester marcarle esas malas costumbres.
Fernández
podría haberle dicho, en buen tono, que él dijo algo lógico, que nada de lo
expresado podía ser considerado “negacionista” y pedirle amablemente a Cortiñas
que se retractara.
Hubiese sido un
extraordinario gesto de respeto hacia toda la sociedad que no quiere más
patoterismo.
A
pesar de ello, eligió comportarse como un pusilánime y perder la oportunidad.
Fernández
no tiene ideas.
Les
dice a los demás aquello que quieren escuchar.
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